El
descubrimiento de América no sólo significó el engrandecimiento territorial y
la riqueza de la Corona española. El mundo se hizo más grande y planteó nuevos
problemas a los pensadores y los filósofos que, lentamente, abandonaron las ideas
medievales -mismas que se sustentaban en Aristóteles y los Padres de la
Iglesia- y comenzaron a construir el pensamiento moderno. La modernidad implicó
el nacimiento de una nueva fe y una serie de creencias destinadas a transformar
el mundo: los modernos creían en el progreso, en la ciencia y la técnica,
llevaron al extremo la idea de la igualdad entre los hombres y, por si lo
anterior no fuera suficiente, crearon una nueva noción política: la posibilidad
de que los seres humanos eligieran el rumbo que deberían tomar sus naciones
gracias a las ideas del contrato social y la democracia.
La
modernidad -una visión del mundo que nació en Europa- fue un movimiento
filosófico y científico que alcanzó su clímax en Francia gracias a un grupo de
pensadores, los enciclopedistas, quienes lograron unir todos sus saberes en una
obra. La publicación de la Enciclopedia dirigida por Diderot y D'Alambert no
sólo fue un acontecimiento intelectual, sino un hecho político de gran
magnitud: gracias a ella, el poder de la Iglesia y de los soberanos absolutos
quedó en duda, al tiempo que las ideas de igualdad, progreso y democracia
quedaron al alcance de los hombres.
Estas ideas -que cautivaron a los criollos novohispanos- pronto
se transformaron en realidades: entre 1775 y 1787 los estadounidenses se
levantaron en armas contra los británicos, conquistaron la independencia y crearon
una nación marcada por la democracia y el progreso; en 1789, en Francia, los
revolucionarios destronaron a la nobleza e intentaron materializar los sueños
de libertad, igualdad y fraternidad en una república que fue capaz de proclamar
los derechos del hombre y el ciudadano. Incluso, en las Antillas, los esclavos
de Haití protagonizaron una lucha que los condujo a la independencia gracias a
los jacobinos negros.
Para los ilustrados novohispanos, estas ideas y estos
acontecimientos fueron un bálsamo; les mostraban que los sueños de cambio eran
posibles: la idea de la igualdad de los hombres rompía con el sistema de castas
y destruía la muralla entre ellos y los peninsulares; la duda acerca del
inmenso poder de la Iglesia robustecía el guadalupanismo como una fe popular y
nacionalista; la certeza de que el poder no tenía un origen divino, sino
humano, abría la posibilidad de poner en duda la importancia de la Corona y
elegir un camino distinto para el virreinato.
Entre los criollos el campo de las ideas era fértil y mostraba
los primeros frutos más allá de las fronteras del virreinato. Sin embargo,
hacía falta un acontecimiento que favoreciera la ruptura con España. Para su
fortuna, en 1808 Napoleón Bonaparte cruzó la frontera española gracias al
pretexto de enfrentar el bloqueo económico que Gran Bretaña había impuesto a su
país. El ministro Godoy quiso salvar a la familia real llevándola a Nueva
España. Sin embargo, el pueblo consideró esta maniobra como una acción del
ministro para controlar el gobierno y se amotinó en Aranjuez. Godoy fue
destituido y Carlos IV abdicó en favor de su hijo Fernando VII.
Al regresar a Madrid, Carlos IV intentó anular su renuncia y
recurrió a Napoleón, y lo mismo hizo Fernando VII para intentar mantenerse en
el trono. Napoleón determinó que Fernando renunciara en favor de su progenitor
y que éste le entregara el poder por medio de un tratado que le cedía España y
las Indias. La monarquía española había caído y Napoleón entregó el trono a su
hermano José Bonaparte, quien entre rebeliones armadas apenas pudo gobernar de
1808 a 1813.
El gobierno de José Bonaparte no sólo se enfrentaba contra los
grupos armados, pues se convocaron a las Cortes que publicaron en Cádiz una
Constitución en 1812. La nueva Carta Magna -en cuya confección participaron 17
diputados novohispanos- se caracterizaba por su liberalismo, a tal grado que,
en una de sus intervenciones el diputado por Tlaxcala, José Miguel de Guridi,
afirmó: "Si el mal de la guerra es trascendental a la nación y recae sobre
ella más que sobre el rey, ¿por qué no han de intervenir las Cortes para
declararla?".
Los problemas internos y los cambios externos se unieron a la
perfección: la guerra de independencia estaba a punto de comenzar.
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